El sueño se me hizo pesado
y, de pronto, me llegaron olores
a pasadizos secretos,
herrumbrosos y abandonados.
Abrí los ojos
y tropecé con el vacío.
“¿Cuál es el tiempo?”
Las metálicas y enormes
manecillas en la vetusta pared
de la cuarteada iglesia,
fundada en la pálida plaza,
indicaron las tres.
“¡Las tres!”
Era la hora en que el amo del mal,
gobernando perversas legiones
sulfúricas sobre caballos
alazanes y mortìferos,
rondaba...
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